Teach me the dance, will you?
—Zorba el griego
En los años sesenta, una cámara Pentax, como decía mi padre, era nuestro único patrimonio familiar. Era fascinante tomar fotografías, y algún día después de pasar horas imprimiendo negativos, pensé que si lograba tener un cuarto oscuro, me dedicaría a ese oficio. Llegué a montar dos cuartos, pero además, pintaba.
En una ocasión llevé una Olympus a Chiapas. La cámara se le cayó a un amigo desde un peñasco ubicado al borde del Usumacinta, sin embargo, como no parecía haberse dañado la seguí utilizando. Con ella fotografié una estela maya oculta en la selva, muy deteriorada y también recuerdo una fogata que Humberto (el guía de la expedición), cubrió con hojas gigantes para protegerla de la tormenta. A mi regreso resultó que la cámara se había estropeado y el rollo no había corrido. De 720, sólo salieron unas pocas imágenes sacadas antes del incidente. Las acuarelas Ruinas, ca. 1980 y Selva, ca. 1980, seleccionada por el editor en el proemio de este libro, son de los pocos testimonios que conservo de ese viaje. Desde entonces, ante la disyuntiva entre pintar o fotografiar, me incliné más por la primera, aunque seguí tomando fotos. Fue con la pieza Baobab, 2002, mediante la fotografía digital, que encontré procesalmente una intersección entre ambas formas de expresión visual.
Años después, el 19 de septiembre del 2017, el edificio de Edimburgo 4, en la colonia del Valle, donde los herederos de una colección resguardaban obras de mi autoría realizadas entre 2001 y 2014, colapsó.
“Lo lamento mucho, pero toda tu obra se perdió y ya fue retirada con el escombro”, se me dijo por teléfono. “¿Toda?”, pregunté incrédula. “Toda”, me respondieron. Antes de que una progresiva sensación de invisibilidad permeara mi cuerpo, y bajo la consigna “de lo perdido lo que aparezca”, me trasladé a la zona del desastre, desoyendo lo que acababa de oír. Los sucesos eran trágicos. Por la noche, una mujer transportaba en una carretilla los cuadros desde los edificios deshechos hasta el “archivo”, el así denominado estacionamiento del supermercado Soriana, a un par de cuadras, donde las trabajadoras voluntarias depositaban, clasificaban y resguardaban los objetos encontrados para devolverlos a sus respectivos propietarios. Después de descargar las obras, la mujer fatigada nos mostró en su teléfono celular la imagen en la que los soldados de la marina golpeaban los cuadros. Otra joven al mando de la zona, explicó que era necesario, ya que debajo se hallaban sobrevivientes que estaban siendo rescatados. Una hipótesis fue que el soporte de madera había servido para protegerlos. Recuperamos 31 obras. Tres en buen estado de conservación y el resto destruidos o con un daño considerable. Otras tres no aparecieron, entre ellas Preguntas, lamentaciones y respuestas, 2014. Ésta pintura metatextual la realicé a partir del registro fotográfico de otra entrega de obra al coleccionista Félix Paravicini, transponiéndolo a un detalle del manuscrito iluminado de Pierre Salmon del siglo xv, titulado: Réponses à Charles VI et Lamentation au Roi sur son état. Antes de que falleciera, mi querido coleccionista y yo nos despedimos con la entrega de esta pieza.
Afortunadamente, después se aclaró que no toda la obra resguardada por Paravicini se encontraba en Edimburgo 4. Catorce, de gran formato, se localizaban en otro lugar. Algunas de las que sí estaban ahí se mostraron con anterioridad en las exposiciones Cada trazo. Pinturas recientes de Teresa Velázquez, 2006, en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, The Turn of the Gyre, 2009, en el Instituto de Cultura de México en San Antonio, Texas, eua, y Pasado meridiano, 2013, en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, en Zacatecas. En ese tiempo, intenté traer esta última muestra a la Ciudad de México, pero institucionalmente la respuesta fue negativa. Ahora la mayoría de esas obras sólo existen virtualmente, como fotografías. Las más recientes, de ese periodo, no se exhibieron, y dos de las piezas desaparecidas sólo las contempló Paravicini unos días antes de morir. Esta vez la pintura fue más vulnerable que la fotografía.
Además de otros desastres personales, he vivido in situ el terremoto el 19 de septiembre del 85, la caída de las Torres gemelas el 11 de septiembre del 2001, y recientemente el terremoto el 19 de septiembre de 2017. Si bien es cierto que cada uno de estos lamentables acontecimientos ha sido determinante en mi creación, el último puede considerarse una intervención directa de la naturaleza en mis cuadros. Sean pues esas obras que el sismo transformó radicalmente en otros estremecedores trabajos, el colmo de la pintura como documentación, y enhorabuena.
— Teresa Velázquez